viernes, 7 de octubre de 2011

Capitulo III: After Dama...

Volver a casa. “Al menos tenes un lugar donde dormir entre cuatro paredes y un techo que te resguarda de la intemperie; pensa en la gente que ni siquiera eso tiene ¡Ni siquiera eso! ¡Individualista! ¡Burgués monárquico!” Subir en el metálico paralelepípedo. Subir estando cansado de pensar. Llegar al séptimo piso sabiendo que no hay salida; no la hay. El hecho de pensar “estoy cansado de pensar” significa estar pensando; no hay salida ni vuelta de tuerca ni nada de nada. Abrir la puerta del departamento “¡Burgués!” Y apenas llegado querer salir, pero no querer estar adentro ni estar afuera. La máquina de pensamientos funcionaba a la perfección, sus engranajes estaban aceitados y relucientes, se movían al unísono; su sonido eran voces, eran Jorges, era la civilización; eran Chispa y Grillo, era Liniers, era la Dama, era el unicornio, era Rafael, era insoportable. “Estoy harto” pensó Jorge entrando en su pieza, tenía un aire de tranquilidad superficial ya que su némesis no estaba en casa, estaría trabajando donde sea que trabaje si es que trabaja; Jorge lo ignoraba y no le importaba demasiado que digamos; se mostraba atento con la susodicha lo mínimo y necesario para evitar que la convivencia deviniera en la Selva Negra y luego en el infierno y luego en vaya uno a saber qué. Pero había algo que era innegable: era hermoso estar ahí; en ese preciso momento; era hermoso no estar trabajando; pensaba esto mientras miraba la luz del astro rey proyectada sobre el piso a través de la ventana abierta y a Meji que se revolcaba en el piso y se bañaba en ella; si el gato tuviera emociones humanas (que las tenía; solo porque Antonieta y el mismo Jorge se esforzaban en hacer una suerte de transferencia, de personificación; ya que proyectaban sus emociones en el felino, lo querían humanizar; pobre Meji tan bien que se debe de estar siendo gato) ahora debería de estar sintiendo eso que la gente llama dicha o felicidad o placidez, se entiende; empapado de luz y tirado en el piso. “Claro que hay diferencias ideológicas entre nosotros” se decía Chispa, mientras fumaba un Viceroy encerrado en el baño del vestuario; tenía los pantalones bajos, a la altura de los talones; pero era todo una gran obra teatral, ya que si bien estaba sentado sobre el inodoro emulando la pose majestuosa, no tenía necesidad alguna para hacerlo; pero Chispa precavido vale por dos, por eso lo hacía; si llegara o llegase a entrar algún chaleco más valía tener algún as bajo la manga, y simular que estaba cagando era el recurso infalible usado por todos sus compañeros. Se lamentó por haberse olvidado el fibrón en el sector ya que de tanto fumar (iban cuatro puchos en veinte minutos, todo sin salir del cubículo de uno por uno) le habían agarrado ganas de usufructuar el inodoro en serio y nada le gustaba más que dibujar o escribir en las paredes mientras el trámite en el baño se volvía más y más escatológico. Pese a las ganas se contuvo ya que observó que en el baño no había papel (de hecho, nunca había papel) y justo en ese momento él no tenía encima ni siquiera una hoja de cuaderno para poder limpiarse; por tanto tiró el pucho sobre la puerta del baño tratando de embocarlo en el mijitorio, pero al no escuchar el sonido de la ceniza ahogándose entre las aguas con orina y naftalina (aguas porque el mijitorio estaba tapado, entonces era casi casi una pileta de pis) salió sin ganas. Sin ganas bajó las escaleras y pasó frente al parapeto que estaba al pie de las mismas, el bolichero chileno dueño de toda esa parafernalia había decidido llamar a ese refugio “Reloj Control” ya que en ese cuartito se sentaba durante nueve horas una persona que era la encargada de vigilar que los empleados entre y salgan a tiempo; también controlaba que nadie se quede mucho tiempo en los vestuarios, la señora de turno se llama Blanca; entre ella y EL EJE DEL MAL se había declarado la guerra desde hace tiempo, a decir verdad EL EJE DEL MAL le había declarado la guerra sin cuartel a todo el local, por extensión también a todos los empleados que se sintieran parte de la empresa; a todos los chalecos y a cuanto alcahuete hubiera por ahí, que dicho sea de paso, era una especie numerosa; por tanto Chispa, Grillo y Jorge sabían que pasar por ahí acarreaba roces, no porque el pasillo fuera estrecho (que en efecto, lo era) sino porque siempre Blanca tenía algo para decir, y si no era Blanca era el otro idiota de Oscar; este último se tomaba la molestia de tomarles el tiempo a cada uno de los bellacos que eran células terroristas en sí mismas, cada vez que subían y luego le avisaba por mail a los jefes; por esto y muchas otras cosas más, EL EJE DEL MAL había optado por tomar represalias, solo que de momento no se sabía cuál sería la jugada que irían a hacer; les gustaba que sus golpes estuvieran en secreto hasta el momento mismo de la hecatombe. Lo mismo Chispa pasó frente a Reloj Control sin siquiera destinarle una mirada a Blanquita que fue tomada por sorpresa hablando por teléfono; cuando la mujer se quiso acordar, Chispa ya estaba en el sector de Plomería, ubicado exactamente atrás de la góndola que tenía en exhibición tubos de PVC; donde se tiraba a dormir unas horas, sobre un colchón que oportunamente Jorge llevó una vez acompañando todo con unas almohadas y un par de frazadas por si refrescaba; de vez en cuando se veía a más de un miembro del EJE DEL MAL dormir ahí detrás (en realidad no se los veía, en honor a la verdad hay que decir que se los olía, no a ellos sino a los puchos que se fumaban ahí escondidos, acostados, sin importarles nada) en pleno horario de trabajo, por lo general en el momento en que el local des-bor-da-ba de gente, era un mar de caras el que empujaba a los muchachos a querer descansar merecidamente un ratito. Ya acostado se prendió el último Viceroy que le quedaba y pitó como un condenado; mientras… Seguía pensando. Se llevaba bien con Jorge pero en más de una ocasión hubieran tenido algunas discusiones acerca de sus ideas si no fuera porque Grostico cada vez que veía avecinarse una lucha de ideales, de teorías, se iba de sí mismo, se diría que tenía un interruptor para apagarse y prenderse la mente a gusto; entonces en cada discusión (que no eran) Jorge estaba como ausente y no había caso, era imposible seguir hablando, no obstante lo cual, Chispa estaba casi seguro de saber lo que su compañero pensaba, cuantas veces se habían trenzado en discusiones que a la larga no llevaban a ningún lado, ahora Jorge sólo se limitaba a dejar su cuerpo en contacto con Chispa, pero su mente no estaba, se iba ¿a dónde? Chispa pensaba que ni el propio Grostico sabía dónde se iba y sin querer se le escapaba siempre una sonrisa; lo apreciaba bastante pero a veces el aura de misterio que tenía Jorge se volvía tan densa, tan espesa y apelmazada, tan palpable que se tornaba opresiva y se complicaba estar a su alrededor en esos momentos; igual era un buen pibe. Mientras reflexionaba sobre estos tópicos le agarró sueño, apagó el pucho contra la pared y trató de dormirse evitando respirar demasiado cómodamente el aire ya que en ese pasillo que se extendía a lo largo del local en su totalidad había columnas y en la que estaba a unos metros de su cabeza Jorge había hecho pis una tarde en la que se negaba rotundamente a salir del escondite para ir al baño; desde entonces el aire que circulaba tras las góndolas estaba viciado porque ahí no había ventilación. “Que sucio es este vago” pensó Chispa antes de entrar en los reinos de Hipnos. “Cualquier excusa es buena para solventar la huída..”, pensó Grostico, luego del médico que, como era de preverse cayó tarde, él atinó a improvisar un dolor de cintura y mostrar un comprobante médico falso que había realizado minutos antes con la ayuda de un sello que una vez robó en un consultorio de la calle Castro Barros. No duró mucho, el visitador no toleró demasiado tiempo el olor a vomito que yacía aún en la pieza cuando desesperado por miedo a que le sangrase la nariz empezó a firmar rápidamente la justificación. “¿<>, hasta que punto de la finitud de nuestras vidas...”, se preguntaba a continuación palpitándose en el aire nocturno un interrogante difícil de cerrar, en el preciso instante en que sonaba el teléfono de casa. No atendió, sólo levantó el tubo perpetuando el suspenso... y empezó a disfrutar la inquietud que palpaba a la distancia: del otro lado se daba un silencio de otro calibre, lo percibía claramente, sentía la respiración presurosa que denuncia el nerviosismo, la dubitación... “-¿A-Antonieta?”- una pregunta cuasi resignada a implorar misericordia, a punto de transformar en oración. Grostico solo tenía hasta ese preciso instante la risa tartamuda de ÉL, pero ahora conoce el tono de su voz y le causó cierta repulsión, en su mente se construía la imagen de la madrugada anterior, el conjunto homogéneo detrás de su cuarto, la bestia in extenso... -“eeh, hola ¿estás?”-¿era necesario insistir tanto?, a pesar de los escalofríos Grostico siguió manteniendo el tubo en su oído derecho, mientras depositaba en sus labios un cigarrillo... el encendido del mismo habrá sido lo último que escuchó ÉL porque acto seguido cortó. Jorge pareció no percatarse del infortunio y por inercia mantenía el auricular pegado a su oído hasta que un “no más... esta noche no”, pareció convencerlo de que preferiría perderse en la noche de la ciudad antes de permanecer en su cuarto, replegado y aturdido por la carcajada de Antonieta (“¿por qué tiene qué reirse así?”) + ÉL (“¿por qué tartamudea?”) + gato maullando (“¿Vos también?, ¿por qué Meji? ¿POR QUÉ?”). Entonces se acordó de la sugerencia de Lite que había permanecido olvidada en el bolsillo de su jean negro. Recordó las cosas que contaba Lite sobre esa tal Leticia, sembrándose en él una tentación mundana. ¿habría sido la aparición de la Dama con Unicornio?, se sonrojó al pensar que su necesidad esté ligado a esa circunstancia. “Cualquier excusa es buena para solventar la huida”, volvió a repetirse, tomó las llaves y se marchó.

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