sábado, 1 de mayo de 2010

Capítulo II: La cruel realidad (parte I)


“¿Y Chispa? ¿Dónde mierda se metió? ¡Carajo! ¡No llegamos, no llegamos! A este paso la inauguración se retrasa.” Sumamente preocupado, el jefe sabía que si no apuraba iba a sufrir las consecuencias. Era difícil lidiar con los viejos, sobre todo con lo que el gerente llamaba lucidamente EL EJE DEL MAL: Grostico, Chispa, Grillo. Principalmente Grostico (para el jefe, el más siniestro, el misterioso Grostico); principalmente Chispa (el sindicalista anárquico-peronista-marxista-leninista, aunque nunca entendía cómo podía congeniar tantas tendencias, más bien le parecía un autentico hinchapelotas, siempre combatiendo, amigo de las causas ajenas); principalmente Grillo (el coplista mequetrefe).Por momentos se resignaba afligido, la única opción era echarlos con indemnización porque de otra forma sabia que ese triangulo intempestivo de mil batallas a ganar o morir le iban a terminar incendiando la empresa. No se olvida la vez que lo ascendieron: el era un empleaducho subordinado, estaba por debajo de la categoría y la antigüedad de esos tres. El día de su debut como jefe quiso imponerse a mano de hierro: regulaba los horarios de descanso, exigía que se quedasen el tiempo extra necesario con el fin de que quedase todo reluciente. Pero su método solo duro un día: esa noche, mientras se acercaba solitariamente hasta su auto en el estacionamiento, comprobó la advertencia: le habían escrito con excremento “PUTO” en ambos lados, mientras que en el parabrisas rezaba con mierda caligráficamente perfecta:

Hasta ayer fuiste un siervo,
ahora un vendido calculador,
sorete, malparido y de tantos nervios
le dejo indignación al calor
de este mensaje de advertencia;
no se meta con nosotros, los obreros,
nuestra vida es sometimiento y dolencia
pero continuamos la lucha de Espartaco
rompiendo cadenas, combatiendo de enero a enero,
para la liberación no hay descanso, solo desacato,
y a los traidores los junamos,
son alcahuetes de turno, antipatrias, cipayos,
unos mierdas como usted, su auto y mi verso apresurado.

Desde entonces el jefe sabe manejarse con cautela, pero a pesar de su mente corta buscara deshacerse de sus pesadillas de diligente del patrón. Después de todo, estos pobres diablos se piensan que están en décadas pasadas cuando la cruel realidad es que cada vez están más lejos de sus reivindicaciones. Quieran o no son esclavos de esta sociedad consumista, individualista y egoísta que los tiene sometidos. Entonces le surge una expresión que para él resulta sumamente satisfactoria: “¡A comerla!”, se sonrió mientras empezaba a corretear detrás del gerente.
********************

La tarde del día del ocaso de setiembre lo había abandonado a perderse entre la multitud de yupies siempre apurados, tan prolijamente burgueses, ejecutivos que con su celulares dirigen las acciones elementales con el único fin de acrecentar sus ganancias, a veces se perdía mirando una serie de mujeres elegantes testeándoles detenidamente los traseros para sentenciar: “Sí, son secretarias...”, tan acostumbradas a agitar sus culos redondos y meticulosamente trabajados para el bien de sus jefes. Por momentos, trataba de descifrar diversos idiomas que se perdían por el aire del microcentro: españoles, ingleses, galeses, japoneses con sus camaritas digitales sacándole a cualquier pelotudez: a la cúpula del Congreso, a las estatuas, al pico de los árboles... se emocionaba cuando escuchaba la voz de algún latino: entonces se ofrecía más amable a cualquier consulta apresurada a mitad de Corrientes, jugaba a adivinar de acuerdo al acento: ¿chileno? ¿brasileño? ¿colombiano? Le brillaban los ojos al escuchar decir que eran cubanos o venezolanos... pero solo de momento... porque inmediatamente se le venía a la mente la Doctrina Chispa, diciendo que los que venían a pasear aquí no podían ser cubanos sino cipayos de Cuba, los proyanquis, los que organizan mil tretas con tal de acabar con el socialismo de Fidel: “Son los salvajes unitarios de Cuba”-sentenciaba en una de esas lúdicas charlas matutinas de vestuario entre cigarros y café (con whisky barato a escondidas)- “lo único que en vez de estar refugiados en Montevideo, lo están en Miami. Son antipatria. Gloria Estefan es la Riverga Indarte de Cuba, lo único que en vez de publicar un libro tipo Es acción santa matar a Rosas y fabricar un atentado como la caja infernal, pervierte el alma libre de los latinos con su música mercachifle todo bien presentado en una caja infernal donde encierra sus más siniestras canciones: Mi tierra no es un canto de amor, es un canto egoísta, burgués, ama la tierra que era de su familia oligarca que fue expropiada legítimamente por el gobierno revolucionario...”, llegando a conclusiones de símil envergadura con el caso venezolano que terminaba provocando en Grostico una profunda indignación, a punto tal de transformarse su cara frente a los turistas y clavar su mirada acusadora sobre ellos, para decir con tono insultante, anacrónico: “¡Burgueses!”
Esa primera impresión de querer perpetuarse en su soledad mientras transitaba en un desierto de gente que detestaba tenía una explicación: era sumamente imperioso para él perderse en las mesas de saldos de las librerías de usados de la calle Corrientes, acusando recibo de gustos variados: pasaba de Jauretche a Vico; de Neruda a Fontanarrosa; de Borges a Marechal; de Ortega a Gasset; del gran cronopio a algún vulgar autor desconocido que termina siendo entusiastamente aprobado al encontrar ojeando entre hojas una carilla con una gigante y solemne frase: “¿Qué mirás? ¡PUTO!”; de Dante a Nietzsche; de Marx a perderse en un río de baboso deseo al encontrarse con algún libro que le faltaba de Sartre... así hasta que comprueba que no tiene dinero, entonces maldice al inventor de la imprenta y también al librero por vender en lugar de compartir: “La propiedad es un robo”, se decía asimismo doctrinariamente, pensando que si lo escuchara Chispa sería un manto de emoción...
Definitivamente no tenía en cuenta volverse caminando. Contó las monedas. Miró el bondi e hizo un ademán que le salió medio canchero (estaba con el pucho entredientes poniendo mirada misteriosa, las piernas entrecruzadas, había levantado en tanto su brazo derecho a media asta elevando el índice) lo que le provocó cierto menosprecio a sí mismo. “¿Qué mirás? ¡PUTO!” –se dijo como si él ya se estuviera viendo cómo se posicionaba para tomar el colectivo desde el primer asiento.
La sorpresa lo deslumbró al subir. Era increíble, estaba viajando en un horario complicado y sin embargo el colectivo venía vacío. Pero no del todo. Cuanto terminó de sacar el boleto de la maquina quedó anonadado. -“No puede ser. Esto no puede ser real”. En la penúltima fila de los asientos dobles del colectivo se encontraba una mujer de ojos marrones y cabello castaño oscuclaro que le parecía sumamente familiar. Sobre todo eran esos ojos. Él no era de esas personas detallistas o en todo caso lo que menos le miraba a las mujeres eran los ojos. Pero esos ojos no eran comunes; ella no era una mujer común. Jorge estaba parado perplejo en el pasillo del bondi tratando descifrarla, pero ella lo ignoraba, ¿o no? Porque para ignorarlo lo tenía que haber visto en algún momento, sin embargo ella no corrió su vista de la ventanilla. -“Es la Dama con Unicornio”, lo dijo serio y convencido del imposible: semanas atrás se había dedicado a observar el cuarto de Antonieta cuando ella no estaba. En complicidad con Miju pudo observar las diversas obras de arte que tenía meticulosamente colgadas en las cuatro paredes. Se sintió estúpido al no entender muchas de ellas, no obstante, hubo una obra que por su realismo había quedado desconectado de su realidad: era la Dama con Unicornio de Rafael. No entendía nada de arte, ni sabía quién era esa dama, pero se sentía extasiado al observarla porque su mirada parecía huidiza, lo que le provocaba cierta curiosidad. De hecho, se corría hacia los costados del cuadro, trataba de encontrar el punto de unión entre ambas pupilas pero no había forma de conectarse con ella. Es como si la dama mirase al infinito, la mirada iba fuera del cuadro, traspasaba las paredes como si no le importase esa vanidad femenina de querer representarse en su máximo esplendor; como si Rafael la hubiera obligado a posar para él y ella se burló de su realismo, boicoteando su obra aunque la agudeza del pintor haya superado la problemática que encubría esa mirada. Ese rostro serio pero no acongojado, le parecía desafiante. Obsesionado, un día Jorge le comentó esa circunstancia a Grillo, pero a él no le importaba lo que pudiera haber hecho alguien que nunca dejó de ser una tortuga ninja. Sin embargo, Jorge redobló la apuesta y una tarde empezó a marcar puntos negros con fibrón en las paredes del cuarto de Antonieta tratando de detectar la dirección de esa mirada; luego algo derrotado de tanto autoexigimiento, pero apoyado por el entusiasmo de Meji que saltaba desesperadamente contra la pared, empezó a trazar los puntos negros uniéndolos con el único fin de encontrar alguna figura misteriosa que devele el misterio del Código Rafael. Pero lo único que originó fue un rombo estilo barrilete que parecía flotar sobre la pared. Había abandonado su obsesión hasta ese momento en el colectivo cuando la volvió a encontrar. Era ella, la Dama con Unicornio, que mira la nada o el todo, menos a él. Su postura era la misma que en el cuadro lo único que entrebrazos, en lugar de llevar el unicornio, reposaba una cartera que cobraba vida. Ella lo sabía que era mentira, que no era una cartera, era su unicornio que acariciaba suavemente mientras se perdía como el sol de aquella tarde. Entonces Jorge, desesperado, decidió que tenía que actuar. Pero, ¿de qué forma? El colectivo estaba vacío, era solo ella y él. Si se dirigía a sentarse al asiento contiguo, podría reaccionar molesta, incomoda; lo arruinaría todo si ella se ponía a la defensiva. Había que generar una excusa que diese pie a una conversación sorpresiva. Pensó hacer rodar su moneda hacia esa dirección con el fin de que frenara bajo sus pies, para que ella volviera en sí, dejase el unicornio a un costado y establezca alguna pregunta o algún gesto... algo. Pero abandonó enseguida la opción porque era complicada: la irregularidad del piso del colectivo podía llevar a la moneda hacia cualquier lado, incluso hasta afuera del mismo perdiéndose por debajo de la puerta de atrás. Entonces decidió infantilmente que lo mejor era llamar la atención solamente desde donde estaba parado con el fin de que la Dama con Unicornio al menos le regalara alguna expresión sincera hacia él. Sería lo más justo, al menos creía que a esta altura se lo merecía. Se mecería entonces sujetándose de ambos pasamanos, provocando algún movimiento grotesco, algo que alterase su concentración. Sí, era decididamente un estúpido. Mirarla detenidamente desde ahí, provocaría la peor reacción de ella: “¿Qué mirás? ¡PUTO!”... sería denigrante. Jorge se impacientaba, él seguía pensando y el tiempo le comía los talones. Desesperadamente empezó a caminar lentamente hacia el fondo del bondi siguiéndole el juego a la Dama con Unicornio: empezó a mirar hacia el sentido contrario, mirando interesante los carteles en las paredes del colectivo buscando girar lentamente hacia la dirección contraria; miraba hacia el techo lentamente buscando que el movimiento sea dócil no forzado, siguió el recorrido de la pared- techo- pared del colectivo hasta el asiento de la Dama con Unicornio que al momento de volcar la mirada, ella ya se había bajado en la parada anterior.
Se sentó derrotado, sacó de su bolsillo un papel arrugado y empezó a escribir “JORGE GROSTICO ACUSA”. Luego tachó el presunto título y no puso nada encima: ergo sería un homenaje a la Dama con Unicornio, la mujer de otra dimensión que no tenía nombre:

Hasta donde pude percibir la inconcebible,
Dama con unicornio,
la encontré en mitad de una siesta
de una tarde en vela
¿Acaso era ella
la que está detrás de esa mirada?
Ojos que traslucen su huída
de mi punto de fuga
de alguien que no me mira;
apenas observa que soy la cubierta,
en un retablo de mil colores
los grises no se conservan...
¿Acaso ese unicornio,
no es un cordero encubierto?
Para qué preguntarle
si ni se imagina que lo lleva
pero reposa en su regazo.
Apenas un esbozo de mi alma un pedazo
de pasos que no conducen
y se pierden en la enredadera de sus cabellos
que de tan descuidados parecen tan bellos
Se disipa el esmalte de su rostro serio,
Su mirada huidiza,
Su pelo atado escapa al viento,
Y el unicornio envuelto en sus brazos
parece que entendiera
que es mi alter ego, confundido, amargo
¿o acaso un cordero?

A decir verdad, no había logrado escribir ni una sola palabra; solo caracteres ininteligibles, él las entendía, claro; pero francamente parecían palabras de otro idioma, jeroglíficos, garabatos, el idioma del colectivo en movimiento que no permite que se escriba sobre él ni una mísera palabra, ni una sola; lo mismo realizó un esfuerzo sobrehumano para retener en su memoria, como esa madrugada olvidable, esa misteriosa aglomeración de vocablos; cuando estaba próximo a la avenida Callao pensó que había tenido éxito, pero a dos paradas de su destino se percató de que se había olvidado por completo lo que estaba queriendo acordarse, era una lástima, porque sí se acordaba de que había querido acordarse lo que a la postre había caído en el olvido; luego el olvido dolía mas ya que se tenía memoria de la intención de no haber querido olvidar; y aún así no había originalidad alguna en esta retorica motorizada en movimiento sobre la avenida más larga del mundo; alguien versó sobre el Verbo y sobre la Memoria de una manera magistral, muchos años antes. Ensimismado en la Patrística se le olvido bajar en Ayacucho y terminó bajando entre Junín y otra que prefería no recordar (mentira, no prefería nada, olvidó el nombre de la calle y mintióse a si mismo diciendo que no quería recordar ¡que vergüenza!) .......

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